sábado, 3 de junio de 2017

Reseña: LA QUINTA ESTACIÓN de N. K. Jemisin.



Autopsias Literarias del Dr. Motosierra presenta:

LA QUINTA ESTACIÓN de N. K. Jemisin.

Así es como se acaba el mundo… por última vez.

Ha dado comienzo una estación de desenlaces.

Empieza con una gran grieta roja que recorre las entrañas del único continente del planeta, una grieta que escupe una ceniza que oculta la luz del sol.

Empieza con la muerte, con un hijo asesinado y una hija perdida.

Empieza con una traición, con heridas latentes que comienzan a supurar.

El lugar es la Quietud, un continente acostumbrado a la catástrofe en el que la energía de la tierra se utiliza como arma. Y en el que no hay lugar para la misericordia.


Parece ser que estos últimos días han sido un ejemplo perfecto de lo que a muchos nos gusta la polémica en el mundo de la literatura. No obstante, todo esto ha servido para varias cosas, y no, no me refiero a que el tema ha servido para retratar a gente que es capaz de convertir interesantes debates sobre la tolerancia y el respeto en una batalla campal donde lo común es disparar salvas de insultos y bombardear con comentarios hirientes llenos de ironía y faltas de respeto. Todo muy contradictorio, si...
A mí, sin embargo esta pequeña aventura literaria me ha servido para conocer y entender un termino que creo que no hay que tomarse demasiado a la ligera: La literatura de panfleto.

Está claro que desde que el hombre ha dominado la palabra escrita ha sabido crear historias ficticias para mandar o difundir mensajes reivindicativos, conservadores, revolucionarios, de cualquier naturaleza la verdad, llegando a un punto en que muchos escritores incluso han visto este tipo de mensajes atribuidos a sus obras, significados que en su momento ni imaginaban que pudieran relacionarse con sus historias. Quizá sea que los lectores ya no solo buscamos una historia que nos entretenga, sino que el nivel de implicación sea tal que podamos trasladar enseñanzas y valores de una historia de ficción a la vida cotidiana.
Pero hay que tener en cuenta que esto puede convertirse en un arma que puede hacer maravillas en buenas manos y desastres totales en las equivocadas. Y en géneros como la ciencia ficción y la fantasía exigen que ese cuidado sea destacable. He leído muchos ejemplos de como una novela es usada como mera fachada para que el escritor se desfogue hablando de las injusticias y de lo mal que la sociedad le trata a él o a los demás que dan autentica pena y vergüenza ajena, donde el elemento reivindicativo es tan descarado que hace que la propia historia pierda sentido, gire en torno a la búsqueda de una polémica o que se contradice de tal manera que uno se sienta engañado.

No voy a comentar esos ejemplos porque éste no es ni el lugar ni el momento, y porque la novela que hoy nos ocupa, LA QUINTA ESTACIÓN de N. K. Jemisin es la perfecta representación de cómo historia y mensaje pueden no solo convivir juntas, sino aprender a depender una del otro en un todo esplendido.
Y es que cuando uno termina de leer esta novela, la cual ha supuesto el premio Hugo 2016 a su autora, no acaba con esa sensación de haberse bebido casi 450 páginas para acabar con una moraleja típica de los dibujos animados de los 90 ("Chicos, no toméis drogas", "Y recordad que todos somos iguales"), sino que descubre desde la misma dedicatoria que LA QUINTA ESTACIÓN es un canto a la superación aplicada a la supervivencia, la discriminación. Es plantarle cara a un destino establecido pero que nunca has considerado tuyo... y porque parece que estoy empezando por el final, echemos la vista atrás y respondamos a lo básico: ¿De qué trata LA QUINTA ESTACIÓN?

La escritora de Brooklyn nos traslada a Quietud, un mundo cuyo nombre no carece de cierta ironía como comprobaremos pronto, puesto que cada cierto tiempo (cada cientos de años) se produce el fenómeno que da título a la novela y que traducido en erupciones volcánicas, tsunamis, liberación de gases venenosos o lluvias de ceniza entre otros eventos representan el comienzo de un periodo oscuro y difícil, y a su vez un reinicio que le cuesta la vida a millones de habitantes pertenecientes a una población forzadamente nómada, ya que asentarse en un lugar determinado y dejar crecer raíces en él resulta impensable a muy largo plazo. No obstante, estas desacostumbradas circunstancias (Aunque recordemos que ya vimos un concepto parecido a mundos en constante destrucción y reinicio en EL PROBLEMA DE LOS TRES CUERPOS de Cixin Liu) no han convertido a la gente de Quietud en criaturas temerosas y carentes de esperanza. Al contrario, Jemisin nos presenta a una raza humana fuerte y prospera, que evoluciona, se adapta y aprende a usar todas las herramientas y enseñanzas de las que disponen... incluido el elemento en torno girará la historia de esta novela: la orogenia.

La orogenia es un don, o una maldición con la que nacen algunos de los habitantes de Quietud, una capacidad que va más allá de predecir movimientos sísmicos y demás fenómenos naturales, sino también de provocarlos y evitarlos. La autora construye con esto algo que se aleja mucho de un simple truco de magia sin explicación y, como si del mejor Brandon Sanderson se tratara, no deja nada al azar y dota a los orogenes de unas habilidades que muestran constantemente sus virtudes y defectos, sus beneficios y sus peligros. Una energía cuyo uso exige siempre un precio equivalente y por el que sus poseedores, en contra de lo que pueda parecer no son alabados y bendecidos por sus vecinos, sino temidos, repudiados y, en ocasiones cosas mucho peores.
Tal es el detalle y la importancia que tiene este "don" en LA QUINTA ESTACIÓN que hace que la novela cabalgue entre los campos de la fantasía y de la ciencia ficción, difuminando hasta casi su desaparición la cada vez más fina línea que separa lo increíble de lo teóricamente posible. Claro que no dejan de estar presente todos esos elementos propios de la fantasía de nuevos mundos que tan bien conocemos (personajes con poderes impensables, estructuras que parecen surgidas de culturas de otros tiempos o mundos, labores de ingeniería extrema aplicadas al worldbuilding pero aplicados dentro de la modestia y no la necesidad de llamar la atención, etc), elementos que Nora moldea a gusto y hace que el conjunto funcione como el mecanismo de un reloj, maravillándonos por la calidad imaginativa y al mismo tiempo dejando que nos sorprendamos de lo fácil que es creerse todo lo que nos cuenta.

Un detalle curioso que no deja de llamar la atención a aquellos acostumbrados a la fantasía más tradicional es la inexistencia de cultos religiosos, deidades, mitologías y creencias usadas por la gente en Quietud. No faltan imploraciones, rezos y maldiciones, pero estas van destinadas a algo que todos ellos conocen bien: La tierra en la que viven, la misma que cuida y hace crecer sus alimentos, sujeta sus hogares y sobre la que sus hijos dan sus primeros pasos y los mayores los últimos, pero también la que en el momento menos pensado saben que puede arrebatarles todo eso, el fruto de su trabajo, el origen de sus sueños. Estamos entonces ante un tipo de fe distinta a la que se le otorga a las leyendas y mitos, una creencia a la existencia de un nuevo mañana en el que el único sacrificio que reclama es el trabajo de todos para la supervivencia y preservación de la comunidad.

Sin embargo, esa falta de "ente superior" a la que rendir cuentas no convierte la existencia de su gente, según muchas creencias populares, en un camino de rosas, pacífico y benévolo, la existencia de la orogenia y otras fuerzas inexplicables tiene su reflejo en un constante temor y una necesidad de hacer preguntas que difícilmente reciben respuestas, y tampoco son desconocidos los conflictos que a lo largo de su historia Quietud ha vivido por causas como los constantes enfrentamientos por el poder y el dominio, y por sentimientos tan antiguos como el miedo a lo desconocido, la furia, el dolor o la venganza sensaciones que bullirán en el interior de algunos de los protagonistas de la aventura mientras que otros intentarán funcionar como presas para evitar que tanta fuerza descontrolada acabe arrasándolo todo. Así, es normal que el drama sea una constante desde la primera página y funcione de hilo conductor para todo el circuito del que se compone LA QUINTA ESTACIÓN.



El mundo creado por Jemisin es rico en matices, lleno de elementos que lo convierten en un paisaje único y peculiar (La novela incluye un glosario de términos que se vuelve innecesario por la facilidad de comprensión de los textos) y que a medida que avanzamos en la trama va ampliándose, puesto que no hay capítulo que no añada nuevos datos y detalles, ya sea como ampliación del trasfondo de la saga de La Tierra Fragmentada o incluso para favorecer giros argumentales que no son pocos ni fáciles de pasar por alto. Quizá entre toda esta información se puede echar en falta alguna que amplíe los conocimientos de la flora y la fauna de Quietud, adaptada a un medio extremo propio de un mundo constantemente al borde de la destrucción, y que queda relegada a un segundo plano para favorecer la sobrecarga de datos sobre la composición terrestre y la respuesta de los distintos elementos frente a las habilidades de los orogenes.

LA QUINTA ESTACIÓN es una delicia, no solo imaginativa, puesto que la habilidad narrativa de N. K. Jemisin no se queda atrás, y funciona perfectamente para exponer todo lo anteriormente descrito ya. Un ritmo ágil que igual puede decaer a mitad de la novela pero que no por ello permite que el lector se aburra en ningún momento sino que nos mantiene alerta ante cualquier detalle que pueda más adelante ser esencial para entender los acontecimientos venideros o pasados.
Y que conste que no es una historia exigente ni busca ser una de esas lecturas en las que se tenga que tomar notas para no extraviarse por el camino, ni siquiera debería considerarse una novela coral pese al buen numero de personajes que forman parte de la aventura (todos bien diferenciados, carismáticos y tan inestables como el porvenir del mundo). Y es que Nora, además del interés busca la comodidad del espectador, llenando secuencias donde el suspense y la duda llevan la voz cantante y escenas de acción tan visuales como impactantes todo esto, reitero, protagonizado por personajes que no pararán de darnos sorpresas bien por su naturaleza, bien por su inmensa carga emocional.

No creo que tenga que extenderme mucho más para dejar claro que LA QUINTA ESTACIÓN ha supuesto esa sorpresa, esa experiencia imprescindible de la que tanto presumían sagas de presente publicación en nuestro país como LUNA de Ian McDonald o la anteriormente mencionada de Cixin Liu que, sin ser malas, no albergaban ese elemento de excepción, esa fuerza que hace de una obra literaria no solo una lectura, sino una experiencia de la que se disfruta y se aprende.
Esta novela supone un paso adelante en géneros tan exprimidos como la fantasía, la reapertura de una aduana tras la cual esperan nuevos mundos llenos de historias tan humanas como increíbles, tan cargadas de aventuras como impregnadas de mensajes destinados tanto a la mente como al alma.

LA QUINTA ESTACIÓN es ese diamante que brilla en la oscuridad, sepultada entre tanto falso metal precioso, que ha ido construyéndose de manera natural sin necesidad de empujones y erosiones de factores externos. Y no me canso de recomendaros que no dejéis pasar la oportunidad de haceros con esa joya y dejaros cegar por los mundos de N. K. Jemisin, porque si pasáis de largo, estaréis ignorando una de las mejores lecturas del año.

N. K. Jemisin durante el ciclo de preguntas que se celebró en Madrid el 2/06/2017 en Madrid al que pudimos asistir y en la que demostró que además de talento, le sobra simpatía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario